Edith Piaf, de la calle al olympia
Es cierto que esa historia contempla muchos argumentos y tramas distintas. Seguiremos estelas diversas, interrupciones, extravagancias, callejones sin salida, influencias, porque intuimos que una canción puede decir mucho de la intrahistoria, de la sociedad en la que se ubica. Ya lo vimos, aunque brevemente, en el especial ye-ye; y pretendimos entrelazar los fenómenos musicales con las propias motivaciones y consecuencias culturales. Cuando sea posible, seguiremos esa senda. Un camino largo, enredado, lleno de vericuetos.
¿Por dónde seguir? Cualquier lugar o año es válido. La música no sigue una dirección única, lineal; más bien avanza y retrocede en el tiempo, resurgen estilos con nuevos rostros, y aquellos que un día fueron celebrados se muestran como antiguedad o argamasa de nuevos movimientos. Es quizá la atemporalidad la cualidad musical que cualquier compositor, grupo o cantante, quisiera para su obra. En ella también se gestan las mitologías, aun cuando el olvido ha afectado en algún momento incluso a aquellos cantantes que para la historia son imprescindibles. La atemporalidad tiene que ver con otra cosa. Pero Edith Piaf. Eterna.
Una cantante que hizo de su experiencia vital una canción, y viceversa. Su música, desde sus comienzos a mediados de los años 30, se entremezcla con su vida, contribuyendo de manera activa a la construcción de la chanson francesa como soporte de identidad nacional. Otros cantantes ostentan la misma cualidad, Chevalier, Trenet, Montand, Becaud, Gainsbourg, pero en Edith Piaf está la materia prima de un estilo que ha calado durante varias generaciones en otras cantantes, Juliette Grecó, Barbara, Caterina Valente. Hasta hoy en día.