2.08.2013

Fontanges, una trendsetter en el siglo XVII



Esta entrada contiene el extracto de un texto y una conclusión.

Un buen dia de verano de 1680, Luis XIV regresaba de practicar su pasatiempo favorito, la caza, cuando se encontró con su amante del momento, la belleza de diecisiete años Marie-Angelique de Scoraille, duquesa de Fontanges. La joven se había atado el pelo coquetamente con un lazo, de tal manera que los rizos le caían sobre la frente. El rey le pidió que lo llevara siempre así, y al día siguiente todas las damas de la corte habían copiado ya el nuevo estilo, que fue pronto famoso en toda Europa y que se denominó, ¡cómo no!, fontange.

El fontange continuó siendo la imagen predilecta de las últimas décadas del siglo XVII, y atravesó por infinitas modificaciones. Edme Boursault consagró escenas enteras de su comedia burlesca Les mots a la mode (Las palabras de la moda, 1694) a los nombres de los últimos peinados basados en aquel estilo. La lista es enorme: desdee el bourgogne al jardiniere, pasando por el souris, el effrontée y el creve-coeur. Alrededor de 1690 tan pronto como se inventó la cajonera o cómoda, se creó uno de los más fantásticos: las trenzas iban envueltas alrededor de tiras de tejido colocadas unas encima de otras hasta formar una sucesión de cajones.

Para las festividades más importantes de Versalles solo la mariposa resultaba apropiada: por el pelo de la dama se salpicaban fabulosos ornamentos de plumas adornados con piedras preciosas; iban tachonados con diamantes tallados en forma de rosa o briolette, que colgaban atractivamente de las puntas. De este modo, con cada giro de la cabeza, el peinado resplandecía a la luz de las velas y se reflejaba en los grandes espejos que ya se estaban convirtiendo en imprescindibles para el estilo decorativo francés.

El fontange siguió experimentando nuevas variaciones durante más de treinta años. Tanto es así que en la edición de The Spectator del 22 de julio de 1711, Joseph Adison continuaba mofándose de las evoluciones cada vez más exageradas de aquel estilo, bautizado en honor de la amante de Luis XIV, por entonces ya largo tiempo fallecida.

En las décadas siguientes a la invención de aquella famosa tendencia, los peinados franceses se convirtieron literalmente en alta peluquería (las críticas señalaban que las mujeres arregladas así no podían pasar por las puertas). Gran parte de la altura procedía de una extraña base plana hecha con una red de alambre y revestida de tejido, sobre la que el pelo podía recogerse hacia arriba, o desde la que el encaje caía en cascada. Hacia 1690 ese estilo se llamaba todavía fontange, aunque se encontraba muy lejos del sencillo estilo informal inventado durante la jornada de caza de 1680. Al final de la larga tendencia basada en el fontange, los peinados habían llegado a ser tan complicados que podían superar los sesenta centímetros de altura.


Fragmento de Joan de Jean, La esencia del estilo. Historia de la invención de la moda y el lujo contemporáneo, 2005 (Ed. en castellano, 2008, pp.34-35)


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De este fragmento podemos extraer varias conclusiones. Algunas más o menos anecdóticas, pero en las circunstancias también puede rastrearse la trayectoria por la cual una tendencia ha de adquirir consistencia. 1) Existe una relación determinante entre la constitución de una tendencia y los centros de poder, administrativos y económicos. Esta idea también podría ser válida para aquellas tendencias originadas en las periferias urbanas y transnacionales: su definición final y movimientos posteriores pasan casi ineludiblemente por los centros de poder. Con poder no hago referencia al hecho político en sí mismo, sino a los discursos hegemónicos que forman y reproducen esos espacios ideológicos. 2) La difusión de una tendencia (y su posible éxito) parte del grado de visibilidad de los prescriptores y su capacidad para hacer que un mensaje prospere ante una colectividad concreta. Con independencia de las características del mensaje o del fenómeno (que puede referirse a todo tipo de cuestiones), se hace necesaria la legitimación del prescriptor por parte de la comunidad, y ésta viene motivada por factores muy distintos. Así, la influencia de Marie-Angelique de Scoraille tan sólo podría ser legitimada de un modo indirecto en la medida en que había sido amante de Luis XIV, pero se hace efectiva en la reafirmación que la corte realiza sobre los gustos del propio monarca: la comunidad se apropia del peinado de Marie-Angelique de Scoraille, lo disemina como acto inconsciente que reproduce un sistema ideológico concreto, el del rey. 3) Cualquier tendencia (como en este caso, un peinado que actuaría sobre las transformaciones del gusto a finales del siglo XVII) no es inmutable: va produciendo variaciones, mutaciones y giros más o menos inesperados en base a los cambios sociales. 4) Una tendencia siempre encuentra puntos conectores con otros fenómenos aparentemente distantes entre sí. Por ejemplo, es un hecho que el espejo empieza a adquirir relevancia en el espacio interior de las casas, en esa misma época, cuando se empieza a constituir la moda (vestimenta, peinado, estilo, etc) como elemento definitorio del sujeto. 5) La moda es una maquinaria de carácter ideológico: trabaja sobre las expectativas sociales. El estilo es la manera individualizada en que el sujeto adapta para sí esa maquinaria: fructifica ante una visión deseante de la diferencia.


Ver. Fontanges, una trendsetter en el siglo XVII. Trends Visual

 
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