7.03.2007

el hortelano, la ciudad y la luna



La obra de José Alfonso Morera "EL Hortelano" supone el ejemplo inaugural de toda una tendencia en el arte de finales de los 70 según la cual la pintura iba a hacer uso de muchas de las formas expresivas del comic y la ilustración, tendencia que también seguiría la dirección contraria en base a una restitución de los modelos pictóricos en muchos dibujantes jovenes. Todas las aproximaciones a la movida madrileña, más centradas en la conyuntura musical de la nueva ola y la eclosión del pop, suelen obviar la parte en que otros medios artísticos como la pintura, la moda, la fotografía, las revistas, el diseño y el comic concretizados en su interrelación y mutua influencia formaron el eje iconográfico de esa nueva fenomenología urbana que fue ilustrando los nuevos estilos de vida. Los fenómenos músicales no son un hecho aislado en ese proceso, aunque quizás hayan sido privilegiados por su inmediata aceptación popular y configurar el lado más visible del cambio cultural a partir de la transición democrática. De hecho, el análisis de la nueva ola y su posterior desarrollo sería incompleto sin tener en cuenta las transformaciones que se estaban produciendo en el arte. Algunos medios periodísticos como La Luna de Madrid y el programa de televisión La Edad de Oro comprendieron que ese proceso se hallaba inmerso en un contexto más amplio que el reducido a las inmediatas efervescencias del pop y la diversificación de sus géneros. El cambio se estaba produciendo, en último término, en las relaciones entre la sociedad y el arte. El arte había comenzado a relatar no sólo el propio cambio, sino también los resultados que se habían ido acumulando ante esas transformaciones.

La pintura de El Hortelano podría enmarcarse en esa tesitura, donde vida, obra y tiempo histórico se conjugan para dar salida a un producto cultural surgido del cambio. No de otro modo, el pintor puede considerarse un actor privilegiado en ese proceso, pero mayor importancia adquiere su obra realizada entre 1978 y 1986 al alzarse como un producto iconográfico que describe muchos de los elementos constitutivos de esa época. En la misma línea podría hablarse de sus compañeros de viaje, Ceesepe y Ouka Lele, desde el momento en que se dan a conocer a través de algunas portadas de la revista Star, instalada en la cultura alternativa barcelonesa.



Pero el cielo. La luna, todo el material urbano visto desde la azotea o a ras del suelo. Es la afirmación constante de quien sabe que el mundo se aprecia en el deambular urbano y sólo se trasciende al levantar la vista a las estrellas. En ese periodo, su obra conjuga ambos elementos, cielo y ciudad, como si de un mismo mundo se tratara. En 1980 realiza su primera exposición individual, en la galería René Metrás de Barcelona. El título de la exposición, Moda, ya ofrece un indicativo de que sus ilustraciones y pinturas, a pesar de los aspectos alegóricos, se manifiestan como un signo de los tiempos, del presente, donde los personajes y los elementos de la moderna civilización amoldan sus formas en una simbiosis perfecta. Igual relevancia adquiere el estreno de la exposición al presentarla como un happening, apareciendo El Hortelano con una lubina por corbata, tumbado sobre una camilla que Ouka Lele arrastraría por toda la sala disfrazada de enfermera. Esa conciencia de integrar lo teatral y la comunicación publicitaria en el engranaje de los canales artísticos no es, desde luego, una novedad. Forma parte de la historia del arte desde que las vanguardias publicitaron sus manifiestos como si se tratara de soliviantar la propia dinámica de los hechos sociales. Pero la vivencia del arte en los 80 y el sentido eufórico de los acontecimientos culturales llevaría a muchos integrantes inmersos en el contexto de la movida a hacer de la publicidad de sí mismos un soporte más del proceso artístico.

El Hortelano continua su periplo personal entre la ilustración y la pintura hasta que en 1982, ante su primera exposición individual en Madrid, Sustos para pilotos, ya se detecta su preferencia hacia una "pintura total" y su introducción en el mercado del arte. La Galería Moriarty [Lola Fraile, Marta Villar y Borja Casani] cumplió un importante papel en esa evolución al montar al año siguiente su exposición Chapoteo. El escenario urbano y los protagonistas nacidos al amparo de los melodramas nocturnos continúan siendo una constante en su obra, sin embargo las técnicas pictóricas se van imponiendo como un aliciente de maduración a lo que será su obra posterior y la ampliación de sus temas.



El Hortelano: Tabaco, 1983 | Via lactea, 1983 | Comida, 1983 | Yo soy el hipo del mundo, 1981 | El nudo, 1985 | Intercity, 1982 | Comida de ángel, 1986 | Aseo personal I, 1983 | El gajo, 1985

La obra de El Hortelano, sin embargo, no se detiene en los años 80. Prosigue en los 90 con dos grandes series, Osa Mayor y Pater Noster, y continua su andadura hasta la actualidad con una profunda enseñanza sobre la naturaleza y sus elementos. Lo que sigue es una pequeña muestra de otras obras de El hortelano, en plena madurez creativa.

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